Eloy Tizón. “Técnicas de iluminación”

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Reseña publicada en la revista “Culturamas”, el sábado 14 de diciembre de 2013

http://www.culturamas.es/blog/2013/12/14/tecnicas-de-iluminacion-eloy-tizon-iii/

Brillante iluminación.

Los seguidores de este género del cuento seguro que ya conocen a Eloy Tizón, y es muy probable que –igual que yo- tengan a su “Velocidad en los jardines” como uno de sus libros de relatos preferidos. Para ellos –y para mí- este nuevo libro de Tizón es un acontecimiento, una cita  ineludible y feliz; pero qué pasa si nunca lo han leído, si es esta la primera vez. Pues que puede –y sobre todo si esperaban otra cosa- que con los dos relatos iniciales se queden totalmente desconcertados. Con el primero: “Fotosíntesis”, no sabrán a qué atenerse, ¿de qué va este relato?, ¿cuál es el argumento?, ¿qué es?, ¿un poema en prosa, una autobiografía o las dos cosas a la vez? Y con el segundo: “Merecía ser domingo” continuará su estupor al comenzar en un tono realista, de memoria y situaciones con las que identificarse para, en un momento dado, pasar al más absoluto surrealismo: “en un claro del bosque, en medio de un lago congelado, ensayaba, al completo, una orquesta sinfónica”.

Puedo entender esa primera reacción. Estamos escaldados de escritores pedantes y divinos que se tiran un pedo y pretenden hacerlo pasar por obra de arte y que además cuentan con alumnos y monaguillos que luego con igual pedantería y aires de superioridad quieren hacernos creer que somos unos paletos con el olfato atrofiado que no saben apreciar los productos delicatessen.

Es verdad que esos dos primeros relatos no son narraciones convencionales, narraciones que podamos etiquetar para sentirnos seguros. Tizón es un insensato que mezcla en la lavadora la ropa blanca y de color; la diferencia con otros es que a él no le destiñe. Es verdad que producen perplejidad, que no tienen un sentido exacto –la literatura, afortunadamente, no son matemáticas- que son extraños sí, pero también que a no ser que seamos un cacho carne con ojos no saldremos indemnes al enfrentarnos con el lirismo de su prosa. Igual que la música y la poesía esos relatos pueden seducirnos sin llegar a comprender del todo su significado. Extraña maravilla que anticipa lo que está por venir. Porque lo bueno, lo realmente excelente, viene después: “Ciudad dormitorio”. Un relato con el que se acaban todas las dudas; un cuento digno de figurar en esa interminable antología de los mejores relatos que hemos leído y salvaremos de un incendio. Porque esta vez sí, la simbiosis entre lirismo y narración es perfecta: “Esa hora. Esa luz. Esa explosión solar entre dos bloques de casas. Ese resol naranja de pájaros y jaulas. Ese momento casi hipnótico de desajuste cronológico en que dos mundos paralelos se superponen y por un instante se cruzan, sin reconocerse, inconsolables ambos, el primer empleado del día llevando una tartera y el último juerguista de la noche llevando una rosa teñida”. Esta vez hay una historia que seguir sin desvíos ni oscuros recodos oníricos; hay dos escenarios verídicos y personajes de carne y hueso, hay incluso algo misterioso que no se resuelve y la presencia sutil de un personaje con nombre pero sin diálogo y que resultan decisivos.

Y desde ahí, desde ese relato, desde esa maravilla sin extrañeza, Tizón vuelve a caer en “La calidad del aire”en esa mezcla de realidad inicial –como inquietante resolución- que deriva en un surrealista final que nos desconcierta. Surrealismo que es absoluto en “Volver a Oz” y que mitiga con lirismo y un par de imágenes demoledoras. Vuelve, con esos dos relatos, a dejarnos en un sí, pero no; tierra de nadie en el que también se queda “El cielo en casa” exento de esa dualidad desconcertante y con las virtudes que le son características pero que –para mí- no alcanza la plenitud de los demás. Porque esas dudas o media indiferencia desaparecen del todo por cuadruplicado con “Los horarios cambiados”“Alrededor de la boda”“Manchas solares” y “Nautilus” aunque en éste último la narración, salpicada de interferencias, no siga una línea continua y puede que su atractivo esté precisamente en esa forma, caótica, cruelmente verídica y ordenada, con la que los recuerdos nos visitan y construyen nuestra biografía a partir de un hecho dramático.

Tres cuentos diferentes con tres estilos distintos en los que Tizón nos demuestra todo su talento y originalidad. Tres argumentos sencillos –historias de la vida vulgar- en los que sigue tres líneas diferentes, una en picado –desde lo que comienza como una anécdota hasta su caída que se representa con un vacío-, otra recta –desde lo absurdo de que te invite a su boda una (des)conocida hasta el éxtasis imprevisto- y otra de ida y vuelta –ella se marcha con otro y al año regresa y la perdonamos-.

En los tres hay un humor agridulce que se representa de distinta manera. Una vez es la sonrisa de la situación en la que podemos vernos reflejados –esa manía que tienen las mujeres de hacer (llenando hasta los topes) su maleta-, otra es la sonrisa comprensiva y  cómplice del cornudo y su reconstrucción, y otra el recuerdo de la alocada juventud. Uno tiene el valor añadido de su argumento complementario: la reflexión del escritor a cerca de lo que significa escribir; en otro son las brillantes metáforas que se aparecen desde la ventanilla de un coche y en lo que estático nos rodea; y en otro son las palabras de un hombre, la forma sencilla, torpe y profunda sin pretenderlo, de entender la vida y su misterio.

Es el lenguaje lo que nos cautiva. Es la forma. La imagen; la mirada que advierte el detalle y lo representa, convirtiendo en poesía lo vulgar. Es la originalidad, eso que convierte a un escritor en único y lo distingue, sin afectación, modas ni flatulencias de los demás.

Eloy Tizón. “Técnicas de iluminación”. 163 páginas. Editorial Páginas de Espuma. Madrid, 2013.

Fernando del Rey. «Palabras como puños»

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Literatura y II República

Seguro que con esta entrada voy a ganarme más de una enemistad. Pero eso no importa. Yo no vine aquí a hacer amigos.

Sé que sería más prudente mantener la boca cerrada, no escribir esto, no tratar este tema; pero me reprocharía más callarme que las consecuencias de decir lo que pienso. No me interesa la polémica como método de promoción, no la busco como medio para subir la audiencia, para eso pondría un vídeo erótico de algún “famoso” que está demostrado que es mucho más efectivo. Pero al fin y al cabo este sitio va de leer. De libros y literatura. Y en este caso de la imagen que se nos vende de la II República en la literatura española contemporánea.

Me refiero a esa idea generalizada –y sí estoy pensando en concreto en Almudena Grandes- de que la II República fue el tiempo de la alegría. Una especie de arcadia feliz, un lugar en blanco y negro, con buenos y malos. Pues bien, lo que viene a demostrar este “Palabras como puños” es que esa imagen maniquea es falsa.

Pero antes de seguir lo dejaré claro, no vaya a ser que alguno se confunda. Para mí no hay duda de que el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 fue un golpe de Estado contra un gobierno legítimo y que lo que se instauró después fue una dictadura. Ambos no se merecen otra cosa que la más enérgica de las condenas.

De lo que se trata ahora es que hoy, en el siglo XXI, casi ochenta años después, algunos nos quieran vender la idea de que aquella República era una especie de paraíso habitado por inocentes y arrasado por demonios cuando en realidad era un tiempo dominado por la intransigencia y el odio. No creo que sea un buen ejemplo ni su bandera un símbolo que sacar a la calle.

Entiendo que algunos quieran verlo de forma simple. Que lo vean como un enfrentamiento entre democracia y dictadura. Reducido a ese resultado final tienen razón. Pero en lo que creo que se equivocan es en que ven o analizan el pasado desde el presente, lo sacan de su contexto histórico, social y político. En que creen que aquella República era una democracia y una sociedad como la que tenemos la suerte de vivir ahora. Que trasladan la convivencia, respeto, tolerancia y libertad individual de este siglo a una época en la que esa coexistencia se hizo imposible porque se la negaban los unos a los otros. Ahora hay adversarios, en el lenguaje de entonces eran enemigos.

Entiendo que algunos desde su ideología quieran idealizar la República. Y entiendo que los de su misma ideología estén dispuestos a comprar esa mercancía. Pero si leen este libro descubrirán que esa visión idealizada es una falsedad. Los moderados del centro, la izquierda y la derecha fueron arrinconados por los extremistas de los dos bandos. Ellos se hicieron con el poder. Conmigo o contra mí. Los discursos se convirtieron en un irresponsable lenguaje bélico sin marcha atrás. Y los actos siguieron el camino que marcaron las metáforas. El que lea este libro sentirá pena, horror y vergüenza de aquella República.

Fernando del Rey (dir.) “Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española». 675 páginas. Editorial Tecnos. Madrid, 2011.

Benjamín Prado. “Qué escondes en la mano”

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Reseña publicada en EntreTanto Magazine,  el sábado 14 de diciembre de 2013.

http://www.entretantomagazine.com/2013/12/14/platos-de-cuchara-bocadillos-y-mitines/

Platos de cuchara, bocadillos y mítines.

Este es un libro que es complemento, prolongación o añadido de otro. Como se dice en la contraportada “En un juego literario nunca visto, éstos también son los cuentos que el protagonista de la última novela de Benjamín Prado, Ajuste de cuentas, trata de escribir y no puede: una buena idea siempre merece una segunda oportunidad”. Así que tal vez éste libro habría que leerlo después de haber leído la novela; pero aunque tengan esa relación los dos se venden por separado -no forman un pack indivisible- así que por lo tanto puede leerse uno y no otro. Y si tengo que elegir elijo el de relatos que es lo que a mi me interesa.

“Qué escondes en la mano” tiene siete cuentos. Y de esos siete dos me parecen muy buenos, uno excelente, dos regulares y dos narraciones políticas.

Los dos primeros: “El traje blanco” y “El viaje”, han conseguido hacerme cambiar de opinión respecto a esos cuentos en los que se establece un diálogo o interrelación entre el escritor y el lector. Y es que a mí nunca me han gustado esos relatos en los que el escritor -o narrador que cuenta la historia- se dirige al que la lee haciéndole preguntas o estableciendo con él una comunicación, haciéndole partícipe de la acción. Sé que hay lectores a los que eso les gusta, les encanta que se les tenga en cuenta, sentirse co-protagonistas, pinches o ayudantes; pero a mí la escritura y la lectura siempre me han parecido un acto solitario y eso otro truco, happening o exhibicionismo.

Pero lo que en otros –como en algún relato de Julia Otxoa- me ha parecido el recurso de un profesor que le pone deberes a sus alumnos de taller de escritura a distancia en Prado se convierte en una invitación al debate al bajar el telón y no un búscate la vida y escribe tú el final que yo me voy a casa a dormir. Es verdad que Prado establece un triángulo narrador-personaje-lector, sí; pero no tira la piedra y esconde la mano; él lleva la historia hasta el final y en esos dos relatos nos deja que seamos nosotros los que demos una solución –como dos caminos entre los que elegir- a las opciones que se le plantean al personaje. Puede que yo no sea el alumno más listo de la clase, pero puede también que el error esté no en la intención sino en la forma. La misma lección explicada por dos profesores, dos estilos distintos. Mismo ejercicio distinta solución. Pero en esos dos relatos hay más que ese recurso-sorpresa; en uno a través de la imagen de un traje blanco refleja el egoísmo de un hombre al que la casualidad le obligará a elegir entre la redención o la condena; y en el otro con la lectura de un currículum se le da todo el sentido a la otra parte que lo compone: vitae. En una hoja cabe toda nuestra biografía personal y profesional, y esa lectura nos puede llevar a descubrir algo desolador de nuestro pasado y presente. En “El traje blanco” está el complemento de una historia paralela, un engaño y sus fórmulas de cortesía y ocultamiento; está el lirismo del Prado poeta y las metáforas que dejar subrayadas. En “El viaje” están el peligro de los espejos y el daño del tiempo detenido que permite visualizar su reflejo, el peligro de hacer inventario y balance de nuestras vidas, someternos a juicio, a examen y suspender; la trastienda del triunfo y su apariencia; la precisión y el valor del lenguaje y las palabras.

El tercero: “Siga a ese coche”, es un excelente cuento que empieza hablando de un juego de seducción imprevisto en la barra de un bar y que su única regla consiste en la mentira que oculta la soledad. En un momento dado el relato da un giro inesperado. Lo que era una línea recta para culminar la satisfacción de un simple deseo sexual termina bruscamente en un lugar sin salida que se convierte en el refugio en el que se esconde un hombre que huye. Pero en otro nuevo giro en la última página el motivo se materializa y la huida se hace necesaria otra vez. Para mi este relato es excelente no sólo por esos dos giros inesperados sino por el acierto de insinuar sin llegar a mostrar del todo. No tenemos una respuesta clara, pero lo que sabemos es suficiente para sentir desasosiego, hacernos llegar su mensaje. Y además está de nuevo ese valor del lenguaje y las palabras, esa manera de expresar la mentira y ocultar la verdad.

Lo que viene después de esos dos muy buenos y un excelente cuento es, por comparación, una bajada de tensión. Es como alimentarnos con un bocadillo después de tres días comiendo de cuchara. “Qué escondes en la mano” es una historia contada con gracia y oficio, con un realismo jocoso pero forzado y un doble sentido evidente, subliminal y descarado: la mano izquierda es liberadora la derecha represora. Y “La sangre nunca dice la verdad” comienza bien, pero en un punto y a parte se convierte en una colección de clichés, una versión moderna y políticamente correcta de “El príncipe y el mendigo” de Twain.

Y de ideología y política están cargados los dos últimos: “El lobo” y “Podéis soñar pero no podréis dormir”. En “El lobo” lo que parecía una fábula se convierte en un reportaje que nos presenta a un asesino y torturador de la dictadura argentina que se esconde en España. No seré yo el que me convierta en defensor de esos criminales y no desee que sean perseguidos, detenidos, juzgados y encarcelados por sus delitos inhumanos. Lo que pasa es que estoy cansado y aburrido de que siempre se repita el mismo argumento, que para unos haya insistencia y para otros silencio. Uno se estremece al saber lo que allí –Argentina y Chile- sucedió, y de igual manera se estremece al pensar que lo mismo pasó y está pasando en la dictadura de Cuba. ¿Por qué unos sí y otros no?  Y en “Podéis soñar pero no podréis dormir” lo que parecía la crónica romántica y desesperada de una profesión sentenciada a muerte por los tiempos modernos resulta ser una estratagema, un argumento ad hoc para la demagogia y convertir la narración en un mitin, la literatura hecha propaganda.

Benjamín Prado. “Qué escondes en la mano”. 104 páginas. Alfaguara. Madrid, 2013.

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