Carme Tierz. «El libro de los milagros»

Por cada gorila hay un Popieluszko.

La autora, en su auto-prólogo, nos explica el contenido de su libro y su propósito: “Los relatos reunidos en esta antología faltan abiertamente a la supuesta verdad recogida por los historiadores de lo sagrado. La reescriben, la manipulan y recomponen en clave irónica […] con la única intención de divertir al lector e invitarle a mirar los dogmas con los ojos del sarcasmo”. Así que nadie se lleve a engaño. Y precisamente el subtítulo: “Siete cuentos irreverentes”, sirve de aclaración y evita (indeseables) equívocos a los que pudiera llevar su título: “El libro de los milagros”. No vaya a ser que algún despistado se equivoque y lo compre pensando que es un libro de vidas de santos.

Y después de ese auto-prólogo, de esa declaración de intenciones de Carme, me olvidaré de presentimientos y miedo a lo repetitivo, a los clichés de un anticlericalismo viejo, contemporáneo y coñazo. Me olvidaré de lo que ya sé y he oído muchas veces y esperaré la idea original, el humor inteligente antes que la murga, los tópicos y la sal gruesa de lo simple. Esperaré encontrarme, por encima de todo, con la buena literatura.

Esperaré y estaré dispuesto a aceptar todas las verdades, miserias, hechos reales, tradiciones, mitos antiguos y leyendas urbanas que quiera utilizar, usar y reescribir para contar sus relatos. Los aceptaré siempre que lo haga con estilo, con clase; con algo que la sitúe por encima de lo manido. Porque un libro no es una noticia en el periódico, ni una pancarta en una manifestación, ni un eslogan para pegar en el muro de facebook. Es narrativa. Que si hay (que los hay) aspectos ciertos y condenables, ridículos o grotescos, los incluya en el relato siendo fiel a la literatura y sus normas. Porque apostar el éxito o la validez de un relato a la comunión o a la camaradería de ideas o manías es apostar por un lector convencido a priori, apostar sobre seguro con un porcentaje (potenciales lectores) rehén; jugar ante una afición entregada que consume, compra y aplaude por afinidad con independencia del valor de lo escrito.

A quien debe convencer con buena literatura es a los agnósticos, a los laicos, a los apáticos e incluso a los contrarios. Porque la posición de Carme queda clara y confirmada: “los hombres con sotana negra, el atuendo de lo siniestro”. Ahora quedamos los escépticos, los que tenemos claro que en todas partes (instituciones, partidos políticos y clubs de fútbol) hay delincuentes, mentirosos, hipócritas y fanáticos; hay contradicciones, malos ejemplos, garbanzos y ovejas negras. Ahora quedamos por convencer los que tenemos un problema y leemos demasiado, los que le exigimos mucho a la literatura, los que buscamos en ella lo superlativo o el planeta o satélite más cercano.

Y esa búsqueda y hallazgo lo encontré sólo en dos de los siete relatos de Carme: “La santa descuartizada” y “La maldición de la momia”. En los otros cinco apenas un destello o tres. Porque todos tienen un comienzo brillante; angustioso, sobrecogedor, humorístico, teatral y prometedor; pero excepto en esos dos citados, ese momento inicial no tiene continuidad. Llega un punto en el que, por una u otra razón, el relato se frustra, se fagocita, se disuelve o se convierte en una paradoja perdiendo esa intensidad del arranque.

En “Lázaro en los infiernos” se hace inevitable la (odiosa) comparación con el excelente “Aun después de muerto” de Jorge Biarge, comparación en la que sale perdiendo Tierz. Y aunque el relato de Carme daría para un interesante debate gafapasta de cine club: ¿Le hicieron una putada a Lázaro al resucitarlo? ¿Puede un ateo creer en el paraíso (o lugar equivalente) después de la muerte? ¿Existe o no? ¿Es un estado mental, un artificio o un lugar en la tierra? Lo que pasa es que montar ese debate después de ver un corto en Super-8 queda bastante ridículo.

“La obsesión de Louise” es un relato en el que la pretendida ironía y diversión se convierten en leche agria, mala baba, enajenación, exceso, parricidio, desvarío, alucinación y sobredosis de estramonio en la cueva de Zugarramurdi. Aunque bastaría decir que se basa en la incoherencia de que una loca califique a otra de loca. ¿Cuál de las dos es la cuerda? ¿Una, las dos o ninguna?

Incoherencia que se repite en “El martirio de San Superman” al encontrarnos con un Superman (por influencia de sus padres adoptivos terrenales) absurdamente creyente y fervoroso lector del Antiguo Testamento, pero que conversa con el espectro de Jor-El, líder del planeta Kripton, holograma al que Superman atribuía esencia divina, era Dios y Kal-El (Superman-Clark Kent) su hijo. Al final entre tanta mareante esquizofrenia resulta que el superhéroe inmortal era un pardillo que creía ser capaz de detener el sol y desconocía su poder.

“La Milagros” es el mejor ejemplo de esos relatos frustrados. Con un comienzo conmovedor y muy bien narrado cae en un absurdo y forzado encuentro sin pies ni cabeza entre La Milagrosy el Sacamantecas en el que ambos se abrazan formando “una estampa grotesca: una Madonna consolando a un íncubo”. Una trama forzada y con tintes de culebrón en el que las piezas encajan a martillazos y sin saber con qué objeto.

Y por último “1982”, un relato en general bastante capcioso, pero bien narrado y estructurado, en el que aparece (versionado) el exorcismo que el Papa Juan Pablo II realizó en el año 2000 y del que hay otra versión contada por el sacerdote Gabriele Amorth en el libro de José María Zavala “Así se vence al demonio”. Un relato en el que se hace referencia al escándalo (cierto y trágico) del Banco Ambrosiano y a su relación con la mafia y que ya apareció en “El Padrino III” y está en la Wikipedia. Por cada gorila hay un Popieluszko. Un relato que está más cerca del regodeo que de la literatura.

“La santa descuartizada” es el mejor de los dos que –para mí- merecen la pena de este libro de los milagros. Un relato jocoso de reliquias, falsificaciones y cambiazos antes del fin del mundo. Una monja sacándose de debajo de las faldas la mano de Santa Teresa como una ladrona de supermercado pero al revés. Un relato que podría ser perfectamente el guión de una película de Buñuel o Berlanga.

Y en esa línea humorística pero tiñéndose de negro está “La maldición de la momia”, con una escena memorable cuando llevan a la momia de San Isidro Labrador junto al lecho del rey Felipe IV “como si de un vulgar talismán se tratara” en un intento desesperado por sanarle. El Santo, harto de ser exhumado y llevado de aquí para allá y de haber sido rebajado a “una pata de conejo” que todos querían tocar, planea una venganza en forma de maldición. Y de nuevo pienso en Berlanga y “Los jueves, milagro” y en Buñuel y “Simón del desierto”.

Un libro con buenas y polémicas ideas, pero escaso de buena literatura.

Carme Tierz. “El libro de los milagros”. 100 páginas. Jekyll and Jill editores. Zaragoza, 2012.

Pablo Gutiérrez. «Ensimismada correspondencia»

Reseña publicada en la sección “Libros” del Diario Siglo XXI, el viernes 27 de abril de 2012.

http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/83728/narrativa-poetica

Narrativa poética

Creo que más de una vez se ha dicho que el prosista es un poeta frustrado. Que ambos géneros son incompatibles, dos vecinos que no se hablan. Pues después de leer “Ensimismada correspondencia” ese aforismo ya no es cierto, ha dejado de tener sentido, se ha convertido en una superstición. Porque lo bueno, lo extraordinariamente bueno de Pablo, es esa mezcla, esa cohabitación real, mágica y seductora de la prosa y la poesía en sus relatos. Y no hablo de prosa poética sino de narrativa poética; de poesía sumergida en la prosa y su acuario. No hablo de la belleza pura, misteriosa e inalcanzable de la poesía sino, precisamente, de la poesía de la buena prosa que –para mí- pone a Pablo Gutiérrez en paralelo con Carlos Marzal. Hablo de química, de polimerización; hablo del liquen, de la simbiosis; de un género heterogéneo; hablo del tono, la manera y la forma de una escritura excepcional.

Y es la poesía determinante porque Pablo hace protagonista -casi absoluta, directa o indirectamente- de sus relatos a la poesía y a los poetas. Jaime Gil de Biedma en “Ultamort”; Juan Ramón Jiménez en “Georgina Hübner, en el cielo de Lima”; y Alberto Caeiro (Fernando Pessoa) en el relato que da título al libro. Y cuando los protagonistas son personas anónimas leen poesía; quisieran escribir poemas para redimir su claudicación y su vergüenza; escriben, como protesta y venganza un poema sobre una tumba infame; titulan un relato: “Antipoema 20” y lo cierran con sus versos; encuentran en la biografía de un poeta su contrarreflejo: su “Yo contra Yo” doloroso y clarificador; o se enfrentan al paisaje y a los versos que lo pintaban y que veinte años después no sirven de consuelo.

La poesía es el argumento, el caballo de Troya del relato. Y cuando no se hace evidente como en “Búsqueda.doc” y “Virgen de las aguas”, se convierte, diluida, en la marca; el distintivo de su lenguaje; en su estilo; en su forma de contar y redactar, de hacerlo arrebatadoramente diferente, especial . Y ese acierto, ese valor que marca la diferencia es, curiosamente, su único error. Porque en algunos momentos la puntuación, el ritmo continuo con las breves pausas de las comas convierte a la lectura en apnea, un ejercicio de resistencia sin tomar aire. Riesgo que se ve superado, anulado, convertido en apenas una anécdota por esa manera personal de Pablo, esa narrativa poética que hace “custodiar este libro con avaricia”, releer con inagotable glotonería sus relatos “haciendo trampas, saltando páginas, hurgando detrás” de los múltiples párrafos subrayados, en las innumerables hojas marcadas, a pellizcos, como si fuera un libro de poesía. Estilo que apuntala, sostiene y salva, aunque dejándolos bastante atrás respecto al nivel de los otros seis, a los dos relatos más flojos: “Mujercitas” y “Gigantomaquia”.

“Ensimismada correspondencia” es, para los que alguna vez hemos caído en la insensata tentación de escribir ficción, uno de esos “libros reveladores”, un libro que es tormenta, deleite, asombro y fascinación; una transfusión de sangre, hierro y aguijón para los anémicos y los indecisos. Un libro que se lee “con el ansia del explorador de un cuento que descubre un objeto mágico”. Bofetada, puntapié para los insulsos cuentistas de la nadería, los apadrinados y los ególatras.

Pablo, la poesía y la prosa; la furia, el genio y el gozo compartiendo la misma amante.

Pablo Gutiérrez. “Ensimismada correspondencia”. 156 páginas. Lengua de trapo. Madrid, 2011.

Juan Villalta. «Memorias»

Catalá-Roca no es el único.

Para los que, como yo, tengan una irracional fascinación por las fotografías en blanco y negro este libro es un prodigioso hallazgo; un afortunado encuentro que, sin cita previa, llega para quedarse y formar parte de mi lista personal de indispensables.

Una maravilla en pequeño formato por la que descubrirán a Juan Villalta, fotógrafo autodidacta y multipremiado que nació en 1928 en Tarifa (Cádiz) y que lleva haciendo fotografías más de cincuenta años.

En el prólogo, José Antonio López, al hablar de las imágenes de Juan, nos habla de la lógica añoranza que podemos sentir al verlas, de la nostalgia y el recuerdo por ser fragmentos de otra época, reflejar el pasado de una España (distinta o afortunadamente) que ya no existe. Tiempo atrapado en el blanco y negro, ausencia de color que guarda la memoria familiar de muchos de nosotros.

Juan es un fotógrafo sin formación y sin referentes. Un hombre que tenía un bar en Tarifa y que salía a la calle a buscar y atrapar historias en sus fotografías. Un fotógrafo –como dice José Antonio López- de instinto, humano, directo e ingenuo.

En alguna de las fotografías es el propio Juan el que pone el texto al pie de la imagen para explicar cuándo y cómo fue tomada: “en días de feria, alegres y coloridos en los que apetece sacar la cámara”. En otra cuenta la historia del retratado, quién era y como murió: “la fotografía también tiene sus recuerdos tristes”. En la que tuvo que esperar un rato para conseguir la fotografía que quería: “la paciencia es muy importante en la fotografía”. La imagen que se encontró por casualidad, paseando; las que compuso, preparó, para un concurso. Y esa en la que cuenta lo que le dijo a un hombre que quiso que le enseñara un poco: “Mira, yo no te puedo enseñar nada de fotografía, te puedo enseñar cómo las hago yo”.

Fotografías de una romería de Tarifa, las que hizo a “Los maletillas”, las que son retratos de familia. La vieja España desaparecida de pastores y tratantes de ganado, piconeros, molineros y panaderos, el barbero ambulante del puerto y un pescador con pata de palo, el Palmar de Troya y el afilador con su bicicleta, los pescadores de atún y la almadraba. Empezó con lo que tenía cerca y luego viajó, salió fuera con la cámara al hombro: Antequera, San Sebastián, Bermeo, Ávila, Ceuta, Utrera, Santiago de Compostela.

“Memorias” que ya no se tratan solamente del recuerdo, la memoria de su pueblo y sus vecinos. Ese fue el comienzo: el trabajo etnográfico sin pretenderlo, el documento, el reportero, el estar allí, el lugar y el momento oportuno. En las fotografías de Juan están el retrato; la idea, la imagen buscada a propósito; el encuadre y el trasfondo, el fotógrafo invisible; la mirada personal que las convierte en arte y marca la diferencia.

Y aunque echo de menos (un dato imprescindible) las fechas de cada una, y hay algunas peores que otras, -hay algunas dentro del libro en formato pequeño que merecerían estar en grande- son cincuenta fotografías que sirven para descubrir lo que hasta ahora estaba oculto y que desde ese momento se hacen pocas; nos hacen querer saber más, ver más, disfrutar más. Un catálogo, una antología en gran formato y tapas duras (me parece increíble que no exista) que reconozca el extraordinario trabajo artístico de Juan Villalta.

“Memorias” que además llevan, desde su cita en el prólogo, a otros fotógrafos españoles de los años cincenta: Oriol Maspons, Virgilio Vieitez, Ricard Terré y Ramón Masats.

Francesc Catalá-Roca ya no es el único.

Juan Villalta. “Memorias”. Ediciones Traspiés. Libros ilustrados Vagamundos. Granada, 2009. 

Sergio del Molino. «No habrá más enemigo»

Reseña publicada en el suplemento “Artes&Letras” del Heraldo de Aragón, el jueves, 19 de abril de 2012.

Tres

Si me dejara llevar por la euforia esta reseña no dejaría de ser una merecida alabanza. La misma que produce el alcohol y el subidón de alguna droga que no he probado. Literatura de frases ganadoras, párrafos subrayados para releer con placer a pellizcos y picotear entre horas. Disfrutar del Sergio gamberro, provocador y platónico; del Sergio genial, imaginativo, original, reflexivo y sentimental; del Sergio literato (odio la palabra letraherido), bobdylano, cinéfilo, viajero, reportero y noctámbulo; macarra de billar de barrio y pinacoteca, hotel de cinco estrellas y tasca grasienta. Polemista, narrador excelente y epatante.

Pero si debo ser sincero del todo debo reconocer que las borracheras tienen sus ciclos, sus normas y su lógica. Que si quisiera podría quedarme con la risa y el recuerdo parcial y placentero de lo mejor y más brillante de la noche. Que fue mucho y muy jugoso. Pero desde que dejé el curso de maquillaje y me dedico a pasar las novelas por el escáner estoy más cerca de la medicina forense que de la tanatoestética. Más cerca del becario tocahuevos que del trepa lameculos. Y es que con esta novela me ha quedado el gusto agridulce de la farra y su decadencia. La carcajada, el asombro, el talento y el crepúsculo. Que la fiesta una vez alcanzado el punto más alto ha ido languideciendo, consumiéndose, devorándose a si misma aunque sin llegar a perder nunca el brillo, sin llegar nunca a trabarse la lengua; pero reduciendo páginas, debilitándose, perdiendo intensidad hasta el cierre de su propia geometría.

Y la respuesta a esa sensación la da el propio Sergio en ese “no epílogo” final en el que dice: “Creo que esta novela ha tenido tres autores que no se conocen apenas entre sí, y cada uno de ellos ha escrito un libro diferente. Los tres se solapan  y se contradicen, pero no se pueden separar: la novela –o las tres nouvelles más o menos autónomas que la componen- ha fundido sus voces”. Por eso esta novela son tres partes por separado que se unen. Y la unión es punto de sutura, cuerpo hilvanado con pespuntes. A algunos insulsos ya les gustaría tener su capacidad de fabulación, su descaro y su lengua; pero lo que le pasa es que esa unión no resulta compacta, sólida, equilibrada. En lugar de una carrera con tres relevos sincronizados, una sola pieza formada por tres cuerpos que encajan sin holguras ni resquicios, se convierte en un triángulo de lados irregulares. Una primera parte febril, salvaje e íntima que es su parte más larga, rica y compleja; con una oferta realmente tentadora: la posibilidad de vivir nuestra propia ficción, ser lo que no somos y hacer lo que nos gustaría. Una segunda lenta, intensa, urbana, -márgenes de dos ciudades una horizontal y otra vertical- melancólica, insomne y oscura, cambiando el registro y pasando de la ficción al realismo pero sin marcar los límites de cada uno. Y una tercera y última exótica y breve, dialogada –nuevo cambio-, teatral y precipitada.

De qué va la novela no importa demasiado. Hay muchos mundos en cada parte. Aunque si tuviera que simplificarlo diría que es la historia de dos hombres enamorados de la misma mujer. Que los enemigos somos nosotros mismos. Las decisiones erróneas que tomamos. Cómo nos dejamos llevar a un lugar y a una situación que no deseamos. Los trucos, los juegos y las mentiras que nos inventamos para huir. La fantasía como recurso. A lo que renunciamos por las obligaciones. Lo que no nos atrevemos a hacer y otros hacen por nosotros: quemar el presente para poder ser libres y regresar al pasado inmediato. Y de nuevo en las palabras de Sergio y en su “no epílogo” está la respuesta a ese triángulo desequilibrado y brillante. Las circunstancias, el estado de ánimo en el que el escritor, el hombre, el padre gestó cada una de sus partes. El calor, el frío y la sombra que condiciona toda creación. La ilusión, la incertidumbre y la tristeza. Tres partes, tres momentos distintos, tres vértices sobre múltiples dualidades humanas; acierto y error, otra partida por jugar y el recuerdo de una borrachera memorable.

Sergio del Molino. “No habrá más enemigo”. 276 páginas. Tropo Editores. Zaragoza, 2012.

Tito Montero. «10 corsarios»

¿Por qué?

Empieza apostando fuerte: un asesinato y una escena de sexo en los dos primeros y breves capítulos. Pero empieza mal: “…7, 6, 5 y medio, 5, 4 y medio, 4, 3 y medio, 3, 2 y tres cuartos, 2 y medio, 2 y cuarto, 2….” ¿Por qué esa bobada infantil, esa gracieta en esa cuenta atrás cuando lo que está contando es el tiempo que está tardando en morir ahogado un hombre? ¿Por qué esa tontería inoportuna, fuera de lugar? La escena no se lo merece. Y luego: “El tipo seguía agonizando. Su lengua colgaba hacia fuera y daba coletazos como una vaca que intenta acabar con la mosca cojonera que le está amargando la plácida tarde de verano.” Menudo símil. Desafortunado. Y los dos en la primera página.

Un buen párrafo final consigue equilibrar el primer capítulo, pero el segundo es  simplemente una escena de sexo jocoso y trillado: un policía que chulea a una puta. Está arriesgando mucho, un lector con menos paciencia ya le habría descalificado, pero la brevedad (dos páginas) le salva y decido esperar un poco más. En el siguiente me tropiezo con un “oro etílico” al hablar de una cerveza. No remonta. Hasta ahora los aciertos no han pasado de un (muy) ágil uso del lenguaje aunque peligrosamente coloquial. En los siguientes capítulos una (breve) biografía del personaje principal lo presenta como un playboy que se las liga a pares (bizarro y fantasmón) y después aparece una mujer a la que “el tanga rosa le asomaba debajo de sus pantalones” y es observada en plena calle por un grupo de (simios) hombres en celo. Una situación absurda que se resuelve convirtiendo a la chica en un súbito Harry sucio, fuerte y ejecutor. Estoy empezando a tener alucinaciones: un castizo casanova y una mujer que dice palabrotas y derriba a los hombres de una patada en los huevos. Y entonces llega la escena de (otra vez) sexo de las páginas 45 y 46 y eso ya no hay quien se lo crea ni lo soporte: “… se inició en el Lengua´s Arena de sus bocas el combate por el título mundial de la Federación Internacional de Lucha Libre” “Los ensayos preliminares de “Con la porra muy dura” empezaron a pasar a mayores”. Me temo que aquí cualquier lector sensato habría abandonado, pero no lo hago. Y no lo hago porque confío en el editor. Algo tiene que haber para que lo haya publicado. Y aguanto aunque me encuentro con otra gracieta fuera de lugar: “… intentó recordar el manual de los Jóvenes Castores, pero eso tampoco funcionó demasiado bien” cuando está narrando la situación de un hombre encadenado a la pared condenado a morir de inanición. Otra vez desafortunado. Pero es precisamente ese crimen y la investigación que se pone en marcha los que consiguen que continúe leyendo y llegue al capítulo 17 en el que aparece el segundo (tercer) asesinato esta vez narrado en serio y con buen estilo literario. Tres asesinatos que relacionan un manuscrito inédito con un lector profesional, un prestigioso agente literario y  un importante editor.

Y a partir de ese momento la novela empieza a animarse y aparece todo lo bueno que “10 corsarios” guarda: otro asesinato (cuarto) bien narrado (aunque con un método un poco ridículo) en una madrugada en Salamanca. Una trepidante escena de acción con su persecución por la ciudad aunque con su tontería incluida: “Desfallecido, Miguelito vio como Sirgo se acercaba y dejó de sentir el dolor justo cuando el policía le reventó los huevos de una certera patada en la ingle. Criadillas a la rusa revueltas y reconstruidas. Sirgo acababa de ponerse a la altura de Ferrán Adriá. Una estrella Michelín”. Un policía redimido de su pasado y vivo de nuevo (sin tonterías). Una periodista ambiciosa y sin escrúpulos dispuesta a todo (literal) por conseguir información sobre los asesinatos que alimente el morbo y la audiencia del share del programa de televisión en el que trabaja. El magnífico capítulo de la venganza y asesinato (cinco de golpe) del grupo artístico-literario “Los crudos”; una crítica mordaz al esnobismo y al ego superlativo de algunos escritores. La genial (e irónicamente real) parodia del programa de Buenafuente: “Estos crímenes han sido la campaña de marketing más agresiva y efectiva que he visto en mi vida”. El capítulo en el que deja al descubierto lo que supone de negocio para la editorial la publicación de una novela: “De hecho, me da igual si es inocente o no. La editorial va a vender cientos de miles de ejemplares del libro en ambos casos. Vamos a ganar mucho dinero gracias a estos crímenes”. Y lo que supone para el autor, lo que busca y obtiene con la publicación de su novela: el reconocimiento, la fama, el triunfo: “Ya tienes una oferta millonaria para publicar la novela y alguna propuesta de adaptación al cine”. Y un final con “un plan” que es una hábil trampa muy peliculera, visual y eficaz.

Sí, en la segunda mitad el interés se hace evidente, avanzas deseando saber cómo acaba y te has olvidado de lo anterior. Lees con ganas, pero cruzando los dedos para que Montero no meta ningún chiste tonto, vuelva a meter la pata de nuevo. Y me fastidia que parezca no ser capaz de evitarlo. Me fastidia que alguien capaz de narrar, de inventar una trama y ponerla en movimiento, de escribir bien, con agilidad y estilo, la cague (por usar su propio lenguaje) de esa manera: “La sangre se le concentrase con lujuria en la entrepierna. Le ponía, pero no de una manera normal, le ponía a la Cántabra, en plan Revilla”.

Hubiera bastado un poco (más bien un mucho) de sensatez y dominio en esa vena histriónica; eliminar todos esos símiles ridículos, esas fantasmadas, esos sueños calenturientos. ¿Por qué no escribir en serio cuando es posible hacerlo?

Tito Montero. “10 corsarios”. 213 páginas. Bestia Audaz. Asturias, 2012.

Ángela Medina. «Pañales y cerveza»

Reseña publicada en la sección “Libros” del Diario Siglo XXI, el viernes 20 de abril de 2012.

http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/83484/la-complejidad-de-lo-simple

La complejidad de lo simple

Cuando Rafael Reig citó esta novela en sus “Lecturas y relecturas” la apunté en seguida en mi lista de pendientes. Después –y en contra de mi costumbre- antes de leerla investigué un poco y entonces descubrí que Ángela Medina forma parte –con Rafael Reig– del claustro del “Hotel Kafka”. Y entonces el interés se volvió intención retorcida. Porque quise leerla con el prejuicio de que la recomendación y alabanza se trataría, con total seguridad, de un claro ejemplo de amiguismo literario en el que los compadres, monaguillos y amantes de un mismo clan se recomiendan unos a otros.

Pero debo reconocer que me voy a quedar con las ganas, que voy a tenerme que buscar otro ejemplo porque este me ha salido rana. Que esa denuncia de nepotismo que tenía pensada no va a poder ser porque me he encontrado con una novela corta que me ha dejado fascinado, enamorado como un adolescente idiota de su belleza sencilla, de andar por casa, pero cargada de intensad. Que Ángela me ha demostrado -como en su día lo hizo Sergi Pamiès– la complejidad que puede encerrar lo simple, me ha recordado que menos puede ser más, que se puede decir mucho con las palabras justas y los gestos precisos.

“Pañales y cerveza” son varias reacciones en cadena de química humana; efecto mariposa de corto y devastador alcance; un hecho y su imprevisible consecuencia. El cambio que provoca la muerte, lo que puede descubrir, desenterrar y modificar. Historias unidas y descosidas, arruinadas y construidas con objetos cotidianos, de esos que tenemos al alcance de la mano: un vaso de leche, unos calzoncillos, muebles de Ikea, una cámara de vídeo, un timbre, un cd, un teléfono móvil, una furgoneta y un acuario vacío. Protagonistas que son nuestra familia, los vecinos de abajo, de arriba, los de la mesa de al lado, los amigos, los demás y nosotros mismos. Una mujer, un marido, un compañero de trabajo, una hija, un nieto, una exnovia, un abuelo, un vecino, un mejor amigo, un desconocido y un padre.

Inteligencia, habilidad y talento de Ángela que es capaz en (pocas) páginas de unir lo material y lo sentimental de unas vidas corrientes. De todo lo que es capaz de contar con pocas y expresivas palabras, gestos elocuentes y reveladores. De todo lo que hacen (palabras y gestos) evidente y resuelven, pero también de lo que (por ellos) queda aplazado y latente. Del pasado que se esconde, calla y niega en una caja de zapatos; de lo imperfecto que se quiere arreglar con unas simples vacaciones y se tapa con palabras falsas. De los descuidos que condenan y avergüenzan, y de las casualidades que salvan. Del (mal) carácter que se demuestra con apenas unas frases; de lo que dicen las llamadas perdidas; el alivio (la liberación de las palabras) de lo que se cuenta a alguien que apenas conoces, de todo lo que un desconocido hablándote de otro te descubre de ti mismo en un par de días. El porqué (lo que significa el gesto y se dice con palabras) se quieren cambiar todos los muebles de una casa, el porqué de un nombre, de un viaje, de una reconciliación (un pez en una bolsa y una caricia) o de un no, una separación (lo que se quiere contar y ya no importa) de un adiós y una verdad. El porqué en los supermercados se ponen las cervezas al lado de los pañales.

Ángela Medina. “Pañales y cerveza”. 107 páginas. Editorial Demipage. Madrid, 2011. 

Antonio Blázquez Madrid. «El triángulo»

Reseña publicada en la sección “Libros” del Diario Siglo XXI, el viernes 13 de abril de 2012.

http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/83219/novela-deshidratada

Novela deshidratada

Resulta sorprendente lo rápido que se lee esta novela. Y eso, me temo, que es tanto para lo bueno como para lo malo. Lo bueno, pues que si se busca puro entretenimiento, distracción, acción; una novela de esas que –como dice el maldito tópico- enganchan y se leen de un tirón no le pondré ningún pero. Lo malo, pues que si además de ficción se busca calidad literaria, en ese aspecto se queda escasa.

Podría decirse que en los relatos el concepto: “no perder el tiempo” es un axioma; una norma de obligado cumplimiento. Y que sin embargo en la novela ese “merodear”, ese “paso lento”, enriquecen la narración. Y de esa aparente incompatibilidad éste “Triángulo” de Antonio Blázquez me parece un ejemplo perfecto.

Creo que Antonio -quizás dejándose llevar por la inercia de su experiencia como cuentista- ha escrito una novela con técnica y método de relato breve. Y creo que eso le perjudica porque una trama tan compleja y de largo recorrido como es la de su “Triángulo” aparece de esa forma desaprovechada. Le faltan páginas; le falta chicha. Y es curioso porque normalmente lo que suelo encontrarme es el defecto por exceso y no al revés. Y la justa medida, el metraje adecuado es fundamental en el desarrollo de una historia. Si te pasas puedes aburrir y si te quedas corto puede que nadie te lo recrimine, que consideren la concentración, la acción, la agilidad y la velocidad de la lectura como virtudes; pero yo creo que renunciar a lo que parece accesorio, un adorno; en algunos casos puede empobrecer, quitarle riqueza a la narración. En la novela se requieren unos personajes y una ambientación no necesariamente excesivos, pero nunca simplistas.

Pienso en un tren de alta velocidad. El paisaje pasa tan rápido que no nos da tiempo a fijarnos en los detalles y lo vemos todo de forma general. Y precisamente esa rapidez puede ser la mejor virtud de esta novela, una historia que se lee sin parar, sin tiempo para pensar, sin tiempo para respirar, sin tiempo para arrepentirse y sin ganas de abandonar porque estás deseando saber cómo termina, qué pasa al final. Y puede que muchos lo consideren así, que lo bueno, lo mejor de esta historia es que no da respiro ni rodeos. Pero reduciendo el largometraje a un relato corto “El triángulo” resulta el esquema de una novela, un resumen amplio y sobrio. Comida deshidratada, alimento espacial que no se puede comer con cuchara. Una novela teatral en donde los diálogos llevan el peso de la trama en una escenografía de bajo presupuesto, un escenario minimalista con unos personajes esbozados en dos dimensiones. Dos personajes principales que son caricaturas, bocetos rápidos, y personajes secundarios como “Perro fiel”,“El Gran Wertop” y “El Gato” que hubieran podido dar mucho más juego.

Pero el mejor ejemplo que ilustra que este “Triángulo” es una novela escrita  -¿incapacidad o premeditación?- con técnica de relato es la información hurtada, robada a la trama. Porque en una novela no puede tirarse la piedra y esconder la mano, no puede dejarse un hecho fundamental enunciado y no desarrollarse, no se puede citar un secreto y no narrarlo: “Solamente quedaban dos de los protagonistas de aquella lamentable y trágica noche, en la que ocurrió aquel suceso que pretendía olvidar sin llegar a conseguirlo nunca”. Y más cuando ese hecho resulta trascendente, decisivo para un chantaje recíproco entre los dos protagonistas que por omisión se convierte para el lector en un reconocimiento de deuda en blanco.

Y aunque no termine de creérmelo, de convencerme del todo la omnipotencia de uno de los personajes, no le niego el interés y le agradezco al autor su independencia con la que se ha enfrentado y trata todos los asuntos que incluye en la trama: el poder del dinero y la información, el precio de las personas, la vanidad, el juego (sucio) de la política, la manipulación interesada, las comisiones ilegales, las subvenciones, el trato de favor. Y le reconozco el asco, la repugnancia que sentí ante el asesinato, el terrorismo y la negociación, la guerra sucia, las cloacas del Estado. Y aunque el capítulo final no acabo de verlo claro,  me quedo con el acierto previo del cambio de papeles entre los dos protagonistas que produce la crisis económica. El –y perdón por la expresión- darle la vuelta a la novela como se le da la vuelta a una tortilla. Simple y jugosa ironía, omelet nutritiva y de fácil digestión, aunque para mi gusto falta de relleno y guarnición.

Antonio Blázquez Madrid. “El triángulo”. 189 páginas. Ediciones Atlantis. Aranjuez (Madrid) 2011.

José-Carlos Mainer. «La escritura desatada»

Reseña publicada en el suplemento «Artes&Letras» del Heraldo de Aragón, el jueves, 12 de abril de 2012.

Contagio literario

“Cervantes, inventor de la novela moderna, llamó “escritura desatada” a su hallazgo porque permitía hablar de todo, en todos los tonos, y porque el género literario resultante venía a ser una suma de los existentes”. Y es precisamente Cervantes y su obra capital: El Quijote, el autor y la novela más citada por Mainer en este ensayo, con lo que además de enseñarnos (o recordarnos) su valor precursor y dimensión trascendente, deja, de paso, en evidencia a Harold Bloom.

Y es que en cierta manera esta “Escritura desatada” comparte la estructura de las “Novelas y novelistas” del norteamericano, pero la primera edición de este ensayo de Mainer es del año 2000, anterior al de Bloom, y la del aragonés es más universal y menos anglófilo. Aunque Mainer, por su parte, no esté libre de cierto subjetivismo político.

Este libro en palabras del autor en su nota a esta edición es una “Bibliografía, una guía de lecturas de elección muy personal, siempre complementarias de lo que se dice en estas páginas y sin pretensión alguna de exhaustividad”. “Se trata de un ensayo de divulgación dirigido al lector asiduo de novelas y también al estudiante universitario de literatura. Se parece más a una historia literaria de la narración que a una teoría de la novela; y también tiene algo –sin haberlo buscado expresamente- de un elenco de novelas (y también de textos críticos) que me parecen memorables. Es una muestra más del entusiasmo por algo y, en todo caso, es una buena manera de hacerlo contagioso”.

Y eso es básicamente: el estudio de una colección de novelas que pretende contagiar un entusiasmo por la literatura, pero que no se queda en una mera lista de las cien novelas que debe usted leer antes de morir; porque esta “Escritura desatada” es un diccionario de términos literarios: verosimilitud, mímesis, cronotopos, analepsis, digresión, paratexto y exergo. Un repaso a la novela desde sus primeras formaciones invertebradas hasta El Quijote –la primera novela moderna- y todo lo que vino después: realismo, idealismo, naturalismo, neorrealismo, realismos social, sucio o mágico; nouveau roman, expresionismo y lirismo. Siglos condensados, épocas, movimientos y estilos relacionados con una o varias novelas a modo de ejemplo y puerta de embarque. Ensayo repleto de felices hallazgos en el que descubrirme abrumado, virgen e ignorante con autores sin leer, lagunas en mi biblioteca; conocimientos que aplicar para cuando vuelva a desatar la lengua y aporrear el teclado, manual básico para  principiantes, intrusos y pinches de cocina.

No cometeré la insensatez de despreciar las partes más farragosas, teóricas y técnicas en un texto de este tipo. Esa parte que –quizás- destinada al estudioso universitario resulta la menos atractiva para el autodidacta; para alguien como yo que se enfrenta a la literatura como un bandolero, un asaltador de carruajes. Que no es filólogo sino lector. Por eso me quedo con el capítulo de “Las novelas y la vida”. La relación entre escritura y lectura. La literatura y su creación de “mundos posibles en el marco del pacto ficcional que establecen autores y lectores”. “Vivimos para contarlo. Leemos para vivir”. La relación de la novela con la poesía, la filosofía, el teatro, el cine, la música, el psicoanálisis y el diálogo. La literatura y la vida. Más con lo moderno y lo práctico que con lo clásico y lo retórico. Me quedo con la sospecha de que los autores son los más indicados para hablar de la literatura. Que el enfermo conoce y describe mucho mejor su enfermedad y sus síntomas que los médicos. Que en cierta manera el crítico o el estudioso resulta un zoólogo, un cartógrafo y un cronista. Me quedo con la cita y el análisis de algunas novelas concretas y decisivas, “memorables”, indispensables; con los ejemplos, las instrucciones de uso, los decálogos y sus preceptos; la libertad formal y la mirada prestada que abre los ojos. Tarea inmensa, inabarcable, infinita. La literatura no termina nunca. Propagación y contagio. Leer, leer malditos.

José-Carlos Mainer. “La escritura desatada. El mundo de las novelas”. 379 páginas. Menoscuarto ediciones. Palencia, 2012.

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