Enrique Cebrián Zazurca. “Estancia de investigación”

Francisco Ferrer Lerín. «Gingival»

Reseña publicada en el «Artes&Letras» del Heraldo de Aragón, el jueves, 7 de junio de 2012.

Ferrer Lerín, lenguaje propio.

¿Qué pasaría si no supiéramos quién es Ferrer Lerín; si “Gingival” fuera lo primero  que leyéramos de él? Aunque a algunos les pueda parecer increíble es perfectamente posible, así que deberíamos empezar por conocerle y leer en la solapa que, nacido en Barcelona en 1942, ha cultivado la poesía, el poema en prosa, la novela y el microrrelato. Su primer libro de versos: “De las condiciones humanas” (1964) se anticipó a algunas propuestas de los novísimos, después vinieron los poemarios “La hora oval” (1971) y “Cónsul” (1987) y luego un largo silencio hasta que en el 2005 apareció su novela “Níquel”, a partir de la que ha vivido un resurgimiento de su figura y literatura con cinco publicaciones más. Pero al encontrarme con esa referencia de los “Novísimos” la curiosidad me lleva a averiguar que fue un grupo poético que tomó su nombre de una antología: “Nueve novísimos poetas españoles” que se publicó en 1970 y entre los que están Gimferrer, Vázquez Montalbán, Martínez Sarrión, Félix de Azúa, y Leopoldo María Panero. Su poesía se caracterizaba por una absoluta libertad formal, la escritura automática o collage y la influencia de la cultura popular (los medios de comunicación de masas: la televisión y la radio). Y aunque Ferrer Lerín no estuviera en esa antología ni formara parte del grupo, el propio Gimferrer lo reconoce como “padre fundador de los nueve novísimos poetas españoles”. Y conocer las características de esos “Novísimos”, su estética vanguardista y rompedora, radical, compleja y hermética, resulta fundamental para entender lo que nos vamos a encontrar en parte dentro de este libro. El estilo de Ferrer Lerín.

“Gingival” es una recopilación de entradas de su blog: http://ferrerlerin.blogspot.com/. Y publicar un libro de este tipo supone un reconocimiento personal. Hay miles de dietarios públicos en la red. Si ésta bitácora se lleva al papel es porque es Ferrer Lerín y no mengano el que la escribe. Y aunque estoy seguro de que para muchos Ferrer es un referente generacional y para sus incondicionales un oráculo en su quinta acepción, para mí se trata del aquí y ahora sin deidades ni gregarismo; se trata, simplemente, de leer un libro; descubrir a Ferrer. Y lo que no le voy a negar es su originalidad, su genial excentricidad. Que con cada entrada arqueo las cejas asombrado, perplejo, maravillado y desconcertado. Que lo más llamativo de la narrativa de Ferrer es que pudiendo escribir de manera convencional lo hace siguiendo su libre albedrío, la única ley que admite y obedece. Que manteniéndose fiel a los principios de los novísimos, a su pasado; nos encontramos con un Ferrer en el que es fundamental lo onírico y lo surrealista, pero también lo autobiográfico. Ferrer, cubista y polígamo, mezcla lo real con lo ficticio, la verdad con la mentira; utiliza el presente para imaginar el futuro; dibuja recuerdos, inventa biografías y habla de él en tercera persona; de noticias que ha leído en prensa, en libros viejos, en películas y series de la televisión; de su trabajo, su vida, sus pájaros en la cabeza y sus pies en el suelo. Pero esa fidelidad a los novísimos y a su estilo crea desvaríos, entradas herméticas, absurdas; de esas que sólo el autor conoce y aprecia como un chiste privado. Hay algunas con instantes de gran belleza narrativa, pero mal rematadas; como una hermosa mujer mal peinada. Una selección más estricta hubiera producido un mejor efecto y coherencia. Pero prescindiendo de ellas encontraremos relatos breves y entradas realmente soberbias.  Nos encontraremos con un Ferrer erudito y jocoso, irónico, tierno y extravagante, dueño de una prosa perfecta y matemática, de una imaginación desbordante que hace soltar la risa, la carcajada. Quedarse boquiabierto ante el Ferrer naturalista, el ornitólogo, el observador de buitres, animales y pájaros; el escritor, el soñador constante. A modo de lejano epitafio lo mejor que se puede decir de él es citarle: “Fue feliz. Nunca necesitó expresarse en una lengua que no fuera la suya”.

Francisco Ferrer Lerín. “Gingival”. Epílogo de Fernando Valls. 237 páginas. Menoscuarto Ediciones. Palencia, 2012.

José Luis García Martín. «Lecturas y lugares»

Turismo literario

Hay libros que producen un irrefrenable sentimiento de envidia. Y este es uno de ellos.

Para el amor y el odio cada uno tiene sus particulares motivos. El mío para sentir envidia –una de las derivadas del odio- es que a mi me gustaría hacer un libro como éste. Un libro ilustrado con mis fotografías y artículos. Viaje, fotografías en blanco y negro y texto. Lugar, imagen y palabra. Contrato indefinido del recuerdo. Fe de vida y tránsito.

José Luis García Martín ha escrito un libro minúsculo y múltiple. “Lecturas y lugares” es un “cuaderno de viajes”, turismo literario, búsqueda, encuentro y evocación. Y de nuevo siento envidia porque yo, además de haber viajado poco, los únicos viajes de peregrinación literaria que he hecho han sido ir a Vera de Bidasoa a ver (por fuera) Itzea, la casa de los Baroja (Pío y Ricardo) y pasar varias veces por el callejón del gato. Me deja en cierta manera el complejo de los que hemos viajado de noche sentados en una silla, la ventana cerrada, los codos apoyados en una mesa, el libro abierto y en las estanterías los albúmes de fotos de las vacaciones familiares en la playa.

“Lecturas y lugares” son los viajes hechos a propósito por José Luis para encontrarse con la sombra de algún escritor, como ir a Éze, una villa medieval de la costa Azul, en donde estuvo Nietzsche. Pero es, sobre todo, un inventario de viajes en los que se aparece el recuerdo de los escritores que estuvieron allí. Como ir a Nápoles y contemplar el Vesubio desde la cubierta de un crucero y recordar a Leopardi. Ir a Ginebra y recordar a Amiel. A Coimbra y Eça de Queirós. A Venecia y Henry James. A Plovdiv (Bulgaria) y encontrarse por casualidad con el recuerdo de Agustín de Foxá.

Pero también es un diario de vivencias personales. De viajes en solitario. Emborracharse de melancolía en Coimbra. Volver a Roma y a su cementerio Acatólico, un lugar fuera del mundo donde recordar a Shelley y Keats, y al escritor sueco Axel Munthe. Ir a  Nueva York y encontrar en una librería de viejo “Doble esplendor”, la novela de Constancia de la Moray recordar la desaparición de José Robles, el traductor de John Dos Passos; y en el mirador del Rockefeller Center encontrarse por casualidad con alguien que le cuenta que la novela en realidad la escribió la escritora norteamericana Ruth Mckenney, y que hablando de la militancia política de la española le pregunta si ha leído “Yo, comunista en Rusia” de Ettore Vanni, “un testimonio estremecedor de cómo trataron en la Unión Soviética a los comunistas españoles”. Y entonces me acuerdo de “Enterrar a los muertos”, de Ignacio Martínez de Pisón.

Artículos que hablan de la saudade en unos viejos ABC que compró en un rastro y leyó en Lisboa. La conversación y la historia que le contó en un taxi un americano mientras buscaban su barco en el puerto de Florencia. Lo que le contó un amigo en Venecia del Conde Cini. La historia de un gondolero de la misma ciudad y su abuelo que conoció a Cortazar. El recuerdo de Pablo Suero, poeta y periodista asturiano, que publicó un libro “Figuras contemporáneas” con un prólogo titulado “Viajando por paisajes y almas” y que, en cierta manera, puede ser su contrafigura. Pablo Suero del que José Luis dice: “Gran periodismo es “España levanta el puño”, un libro ahora reeditado, que hace revivir, como ningún otro, aquella España exasperada y aún esperanzada de los meses que precedieron a la guerra”. Y yo escribo unos enormes y alucinados signos de interrogación entre exclamaciones y me acuerdo de “Palabras como puños” de Fernando del Rey. Y el capítulo último de un viajero que “siempre descubriendo mediterráneos” encuentra uno cerca de su pueblo, Aldeanueva del Camino (Cáceres), y es Cáparra y su romano arco triunfal de cuatro pilares.

“Lecturas y lugares” es un libro que me ha producido sentimientos contradictorios, enfrentados. Por un lado produce fascinación y envidia por el conocimiento, la cultura literaria de José Luis; por esos viajes en solitario, por los lugares que me ha enseñado y se convierten en anotaciones en mi libreta de utopías, destinos imposibles, lugares que seguramente nunca veré. En cada lugar convoca el recuerdo de los escritores, conoce su biografía, sus pasos pedidos; recita alguno de sus poemas, memoria de una biblioteca portátil. Pero también en algunos momentos resulta excesivamente pedante, incluso cursi; hipersensible poeta del éxtasis literario. San Sebastián lacerado, literato siempre en su papel. Catedrático erudito que reproduce versos en italiano y portugués (sin traducción a pie de página); pose y lenguaje abrumador de los permanentemente sublimes, herido por el rayo que no cesa, rococó literario que no parecen pisar este mundo, su fango ni su menú del día. Prefiero algo más cerca de lo humano, como Sergio del Molino y su «Restaurante favorito de Nina Hagen». Prefiero, con diferencia, el estilo y la forma de Hilario J. Rodríguez en su “Mapa Mudo” -también publicado por Vagamundos-, en el que habla de escritores, lecturas, libros, lugares, fantasmas y literatura.

José Luis García Martín. “Lecturas y lugares”. 61 páginas. Vagamundos libros ilustrados. Ediciones Traspiés. Granada, 2011.

Sergio del Molino. «El restaurante favorito de Nina Hagen»

Reseña publicada en suplemento Artes&Letras del Heraldo, el jueves, 22 de diciembre de 2011.

http://sergiodelmolino.com/tag/luis-borras/

Periodismo narrativo          

A mí la cháchara de los periodistas siempre me ha puesto en guardia. Los pocos que he conocido me han resultado unos engreídos pedantes que te hablan como si no fueras otra cosa que un ignorante digno de lástima. Admito que el prejuicio es un difícil punto de partida, pero con ese sentimiento me enfrenté a este libro. Y admito también que no soy seguidor habitual de Sergio del Molino, que no leo sus artículos dominicales ni su bitácora; que a estas alturas de la película soy virgen, ingenuo y pacífico. Aunque esto último no quita para que, por si acaso, acudiera a la cita con el mechero dentro del puño. Será por la edad, supongo, pero me di cuenta de que estaba siendo bastante insensato y un poco macarra; así que decidí relajarme, sentarme y ponerme a escuchar.

Con el prólogo hice lo que debe hacerse con todos los prólogos: no leerlo. Así que pasé directamente a la página diecisiete y me encontré con que la sonrisa es la mejor y más inteligente manera de comenzar un alegato, permite captar la atención y poner al público de tu lado. Que Sergio se declarase un vicioso adicto a los gofres con chocolate me pareció una manera estupenda de presentarse. Consiguió que abriera el puño, soltara el mechero y aprovechara la pausa para ir a la nevera a por una cerveza.

Este libro tiene cuarenta y cinco entradas o artículos. Textos aparecidos en el Heraldo de Aragón y en su página personal. Textos que hablan de lo particular y lo profesional; de arte, cine, literatura y música; de ciudades y autobiografía: Barcelona, Madrid y Zaragoza; de viajes y calles pateadas: Nápoles, Berlín, Nueva York, Buenos Aires, Lisboa y San Francisco; de familia y memoria; de lugares: parques, restaurantes, librerías, cementerios, museos, hoteles y lavanderías. Textos en los que hay espacio para hablar de todo: el humor, el sexo, la ternura, los amigos, el amor, las mujeres y para recordar a Pablo. Un libro que es un cuaderno de notas y experiencias, galería libresca, antología personal de personajes y mitos eróticos, conversaciones, anécdotas, chinchetas en el mapa, postales, almacén de la memoria. La mayoría de nosotros recurrimos al mutismo de las fotografías para obtener una fe de vida. Somos torpes o rácanos con las palabras. Sergio, sin embargo, las utiliza como herramienta para certificar que ha vivido, que estuvo allí, que fue cierto. “Una manifestación artística te llega o no te llega. Te emociona, te asquea, te provoca carcajadas, te remueve o te deja frío”. Y de eso se trata, de no estar por estar, del pasar abúlico, indiferente; mudo y estático como una fotografía anónima. De usar las palabras para contar algo, transmitir y compartir una emoción. Y entonces, al acabar el libro, leí el prólogo y me encontré con que “el periodismo ha renunciado a su sustancia narrativa” que “los artículos de este libro son una forma personal, íntima y absolutamente intransferible de ser cronista”. Y a eso se reduce todo, porque es cierto eso de que soy yo y mis circunstancias; yo y mi pasado y mi presente; yo y los libros y las películas que descubrimos; yo y lo que hemos visto y sentido. Y cómo hacemos todo eso nuestro, nos acompaña, lo recordamos, nos golpea, nos marca o repugna.

Para descalificarlo algunos podrán decir que no es más que una colección de artículos subjetivos. Menuda perogrullada. En todo caso se puede decir que se pone brasa reivindicando su pedigrí ideológico y sus fobias a dictaduras extintas. Eso es posible. Pero la diferencia está en la forma, en esa cosa llamada estilo, en su personal periodismo narrativo. Sergio escribe y opina –relata más bien- con un lenguaje coloquial y ameno, justo lo contrario del remilgado ensayo que suele ser lo habitual en este parque temático. Es erudito sin ser aburrido y resulta cualquier cosa menos pedante y cultureta. Se agradecen sus dudas, su provocación y su naturalidad y sinceridad y, sobre todo, que no trate de ser lo que no es ni aparente ser otro. Al que no le guste que se levante y se vaya, yo le dejo mi mechero.

Sergio del Molino. “El restaurante favorito de Nina Hagen”. 224 páginas. Anorak ediciones. Zaragoza, 2011.

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